Reflexiones filosóficas en torno a la muerte de Francisco
La muerte del Papa Francisco este 21 de abril de 2025 no solo marca el fin de un pontificado. Marca el fin de una época en la que la Iglesia Católica habló desde la perspectiva de un pontífice que surgió de la realidad latinoamericana, el cual tenía marcados gestos de ternura evangélica y una ética profundamente comprometida con los pobres, la tierra y la cultura de paz. Su partida, más allá del dolor que ocasiona en el mundo católico, es una exhortación a reflexionar desde la filosofía sobre el sentido de la vida, el poder transformador de la palabra y, sin duda alguna, el misterio que trae consigo la muerte.

La muerte ha sido, desde Sócrates, el gran tema de la filosofía. Ya el mismo Platón retomaba esta idea de su maestro, entiendo a la filosofía como una preparatio mortis. De esta manera, el filósofo no permanece ajeno a la muerte, sino que se prepara para asumirla con la serenidad propia de un estoico.

Pintura "La muerte de Sócrates"

Ahora bien, Francisco no fue un filósofo en el sentido académico de la palabra, pero es indudable que vivió como un amante de la sabiduría y, sobre todo, como un amante de la Verdad —que en el contexto del cristianismo se identifica con la persona de Cristo—. Francisco encarnó la sabiduría profunda del logos en su testimonio cotidiano, en su sencillez evangélica y en la mordaz crítica a los ídolos de la modernidad, plasmados en el consumismo, la indiferencia, la inmediatez y la cultura del descarte. Así que fue más un filósofo práctico que uno que recurrió a la redacción de tratados sistemáticos.

La muerte de Francisco, pues, no se limita a lo biológico, sino que es un símbolo. Como diría Heidegger, la muerte es el momento en que el ser se revela en su finitud radical, pero también es el momento en el que el legado de Francisco se vuelve fecundo. Recordemos las palabras evangélicas: “Si el grano de trigo no muere, solo quedará; pero si muere, en abundancia dará un fruto que no morirá”. Y es así que las palabras de Francisco se han transformado y se transformarán en semilla en quienes lo escucharon. 

Francisco habló de una Iglesia como “hospital de campaña”. ¿Podríamos decir lo mismo de su pensamiento? En un mundo herido por la violencia, la desigualdad y la fragmentación del sentido, su palabra buscó sanar, acompañar, levantar. Su encíclica Laudato si’, por ejemplo, no fue solo un documento eclesial; fue una filosofía ecológica del cuidado. En ella vibraban ecos de Levinas, de una ética de la responsabilidad intergeneracional y de un nuevo humanismo. Una ética que contempla al otro como un tú y no como una cosa descartable, una cosa que me estorba.

 
SS Francisco compartiendo los alimentos
En Fratelli tutti, su voz fue la del otro, del extranjero, del descartado. Su muerte nos interpela: ¿seguiremos pensando en “ellos” y “nosotros”? ¿O aprenderemos a filosofar desde la fraternidad?

Quizá lo más importante del legado de Francisco, y hasta revolucionario, fue el hecho de mostrar que el poder se puede ejercer sin tiranía y sin pretensión, que la autoridad no es algo que se impone, sino algo que emana de la congruencia y de la buena voluntad de un líder. También nos mostró que la dignidad y el amor se sostienen hasta el final, llegando a servir hasta sus últimos suspiros. Al igual que Sócrates, Francisco no se defendió ante los diversos ataques de los que fue objeto por su alta posición en la jerarquía católica con artificios ni con discursos grandilocuentes sobre la santidad de la Iglesia, sino que reconoció las faltas y la humanidad en ella, y de esa manera hizo frente de manera auténtica a estos embates, saliendo victoriosos de ellos. La autoridad moral de Francisco no emanaba del hecho de ser el Papa, sino de su coherencia interior y de su testimonio de vida.

El Papa Francisco saludando en una audiencia
Por último, para los cristianos, la muerte no es el final. Pero tampoco lo es para la filosofía. La muerte del Papa Francisco nos abre la posibilidad de un pensamiento resucitado: uno que se atreva a mirar al otro, a cuidar la tierra, a dudar del mercado como dogma, a dejarse tocar por el dolor del mundo sin perder la esperanza. Hoy ha muerto el hombre Bergoglio, el Papa Francisco. Pero también ha nacido una tarea. Continuar la conversación que Francisco inició con la filosofía, la historia, y la humanidad misma. Y no dejar que su palabra se apague en el silencio de los rituales, en el funeral que le harán próximamente, sino que arda en el fuego del pensamiento.

Alejandro Lucero
Cofundador de fyccel