Sobre la vida de san Agustín de Hipona

En estas líneas te hablaré sobre uno de los más grandes teólogos y filósofos de la historia universal, solo que por esta ocasión te contaré más sobre su vida y una que otra de sus obras.

Agustín nació en Tagaste, en la provincia de Numidia —si eres un tanto malo en geografía como yo, esta región está al norte de África— el 13 de noviembre de 354. Su papá, Patricio, era pagano; mientras que su mamá, Mónica, era cristiana. Como paréntesis, cabe decir que Mónica es santa de la Iglesia Católica, al igual que san Agustín.
Santa Mónica, madre de san Agustín

Mónica había educado a su hijo como cristiano, sin embargo, de acuerdo con una costumbre de su época, Agustín no fue bautizado cuando era niño. A temprana edad aprendió latín y aritmética con un maestro de Tagaste, sin embargo, el juego le pareció mucho más llamativo que andar estudiando. No era muy afecto de la lengua griega, la que le resultaba odiosa, a pesar de tener cierto aprecio por los poemas de Homero. En efecto, san Agustín no aprendió griego lo suficiente como para leer con fluidez esa lengua.

En el año 365 se trasladó a Madaura, donde cimentó sus bases de gramática y literatura latinas. El ambiente de esta ciudad lo alejó de la fe materna. En el año 370 murió su padre, quien se hizo católico poco antes de  morir. En este año, Agustín inició sus estudios de retórica en Cartago. Esta ciudad despertó en Agustín muchas pasiones que lo llevaron a una vida lincenciosa, un tanto en contra de los ideales morales del cristianismo. De este modo, se consiguió una amante, con la que vivió durante diez años y tuvo un hijo con ella: Adeodato. A pesar de llevar una vida de fiesta y ciertos excesos, Agustín fue un gran estudiante de retórica y, en definitiva, no descuidó sus estudios.

Poco después entró en contacto con el Hortensius de Cicerón, que lo motivó en la búsqueda de la verdad. Además, en esa época acogió las enseñanzas de los maniqueos, que en ese momento parecían ofrecer una presentación racional de la verdad, en contraste con las ideas del cristianismo, que consideraba como mero cuento de viejas.

Por decir algo, los cristianos enseñaban que Dios había creado el mundo, y que además este era bueno; pero, ¿cómo justificar el mal y el sufrimiento en el mundo? Con esto se entraba en el famoso dilema planteado por Epicuro —si no has escuchado hablar sobre este dilema, te invito a que lo busques y veas a qué me refiero con esto—.

Epicuro


Por su parte, los maniqueos sostenían una teoría dualista, según la cual hay dos principios últimos: uno bueno y otro malo. Como ambos principios son eternos, mantienen una lucha sin fin, que se manifiesta en el mal y el sufrimiento en el mundo. En el caso del hombre, compuesto de alma y cuerpo, el alma es buena y el cuerpo malo. Sin duda alguna se ve por qué este sistema resultaba atractivo para Agustín, pues daba una solución al problema del mal. En su momento, el maniqueísmo le permitió atribuir sus deseos y pasiones sensuales a ese principio externo a sí mismo, causa del mal en el mundo y en él.

Vemos que en esta época estaba muy lejos de ser considerado como un santo, pues estaba alejado en todo sentido del cristianismo. En el 374 Agustín regresó a Tagaste, donde enseñó gramática y literatura latina durante un año, después del cual decidió abrir una escuela de retórica en Cartago. Aquí vivió con su amante y su hijo hasta el año 383.

Poco antes de irse a Roma, Agustín entró en conflicto con la doctrina de los maniqueos, pues tenía algunas dudas que no podían contestar estos: el problema de la fuente de la certeza en el pensamiento humano, o la razón por la que los dos principios últimos estaban en conflicto eterno, entre otras. Así, Agustín decidió confrontar a un renombrado obispo maniqueo, Fausto, cuando este llegó a Cartago, buscando una respuesta satisfactoria a estas y otras cuestiones. No obstante, a pesar del trato amigable de Fausto, Agustín no encontró respuesta satisfactoria para sus inquietudes intelectuales. Lo anterior provocó una ruptura en su fe en el maniqueísmo.

Agustín decidió irse a Roma dado que sus estudiantes en Cartago eran difíciles de dirigir, mientras que había recibido buenos comentarios sobre los estudiantes de Roma. Así que llegó a esta grande ciudad, donde abrió una escuela de retórica. Pero aquí no fue todo color de rosas. En efecto, los estudiantes sí se portaban bien pero tenían el inconveniente de cambiar de escuela antes de pagarle los honorarios debido a Agustín. Así que decidió conseguirse un puesto como profesor municipal de retórica en Milán, en el 384. En esta época, el espíritu de Agustín estaba más inclinado hacia el escepticismo y el materialismo.

Fue en Milán donde Agustín mejoró su opinión respecto al cristianismo debido a los elocuentes sermones sobre las Escrituras de san Ambrosio de Milán. Pero aún no estaba convencido de la verdad del cristianismo. En parte porque sus pasiones eran muy fuertes, a tal grado que tomó otra amante diferente a la madre de Adeodato, su hijo. Fue en esta época que Agustín se acercó a los textos que supuestamente eran de Platón, una traducción latina de Mario Victorino que en realidad eran, con alta probabilidad, las Enéadas de Plotino. Estos textos tuvieron el efecto de liberarle del materialismo y facilitarle el aceptar la idea de una realidad espiritual.

San Ambrosio de Milán


Recordemos que el problema del mal era crucial dentro del pensamiento de Agustín y, al parecer, encontró una respuesta muy buena en el concepto de Plotino en torno al mal: el mal es una privación. ¿Qué quiere decir esto? Que el mal no es considerado como un ser, sino como un no-ser. En este sentido, por ejemplo, la ceguera es un mal porque es una privación de la vista, de algo que debería de tener un ente pero que por equis circunstancia no lo tiene.

Bien, volvamos al proceso de conversión de Agustín. El neoplatonismo sirvió para que Agustín viera la razonabilidad del cristianismo. Fue así que empezó a leer el Nuevo Testamento, en especial, las cartas de san Pablo. El contacto con estos escritos lo llevó a buscar no solo la sabiduría en un sentido intelectual, sino a vivir conforme a la sabiduría. Así, empezó a sentir cierto asco por su vida moral. Continuó en este estado de lucha hasta que oyó la voz de un niño que le gritaba desde lo alto de un muro, en el jardín de su casa, de forma repetida: "Tolle lege!, Tolle lege!" —que significa "toma, lee"—. Abrió al azar un pasaje del Nuevo Testamento, para ser precisos, la carta de san Pablo a los Romanos y después de leerla siguió su conversión moral. Aquí te facilito ese pasaje para que veas el impacto que tuvieron estas palabras en un atribulado Agustín: 

"Como en pleno día, procedamos con decoro: nada de comilonas y borracheras; nada de lujurias y desenfrenos; nada de rivalidades y envidias. Revestíos más bien del Señor Jesucristo y no os preocupéis de la carne para satisfacer sus concupiscencias" (13, 13-14).
Imagina leer esto después de andar pensando sobre el hecho de que tu vida es un asco. Por supuesto que en el caso de Agustín lo tomó como una señal impelente.

Recapitulando: el neoplatonismo lo llevó a la conversión intelectual (concibiendo como posibles las realidades espirituales) y su conversión moral fue por el contacto que tuvo con Ambrosio, Simpliciano y Ponticiano y por la lectura del Nuevo Testamento.

San Ambrosio bautizando a san Agustín


Después del acontecimiento del Tolle lege!, Agustín se puso a estudiar a fondo la religión cristiana, utilizando conceptos y tópicos propios de la filosofía neoplatónica. Fue bautizado después, en sábado santo del 387 por Ambrosio. Volvió a Tagaste, donde fundó una comunidad monástica (entre el 388 y 391). En el 391 fue ordenado sacerdote por el obispo de Hipona, quien le pidió ayuda a Agustín en esta ciudad. En 395 fue ordenado obispo auxiliar de Hipona, fundando otro monasterio ahí. En 396 fue nombrado obispo titular de Hipona, puesto que ocupó hasta que murió.

San Agustín de Hipona


A pesar de estar ocupado con las labores pastorales propias de un obispo, Agustín encontró la manera de seguir escribiendo, teniendo una copiosa obra en este período. Agustín luchó contra varias doctrinas heréticas y también le tocó presenciar la decaída del Imperio Romano, que iba de mal en peor. A finales de la primavera del año 430, los vándalos sitiaron Hipona. Agustín murió el 28 de agosto de ese año. Los vándalos incendiaron la ciudad, pero los escritos de Agustín quedaron a salvo.

Respecto a sus obras, san Agustín incluía enseñanzas filosóficas en tratados de teología, de modo que para acercarse a algunas de estas es necesario acercarse a leer tratados de esta especie y abstraer el elemento filosófico. Por ejemplo, la teoría del conocimiento viene en algunos fragmentos del De Trinitate, mientras que el tratamiento del tiempo viene en las Confesiones —ver libro XI—, una autobiografía exquisita que te recomiendo.


San Agustín


Probablemente te podrá parecer poco rigurosa esta mezcla y falta de separación entre lo teológico y lo filosófico, pero lo cierto es que en esta época la distinción entre filosofía y teología era de poca importancia. Y esto se debe en parte a que san Agustín miraba la sabiduría cristiana como un todo, tratando de penetrar la fe cristiana con su entendimiento, de modo que así podría interpretar a Dios, el alma y el mundo a partir de esta sabiduría cristiana. En otras palabras, a hacer una filosofía desde la perspectiva de un cristiano.

En conclusión, es sumamente interesante la vida de san Agustín. Vemos en él a una mentalidad honesta, curiosa, sedienta y hambrienta de la verdad. Una primera aproximación a su obra que te sugiero son sus Confesiones, Ciudad de Dios o Soliloquios. También hay varias películas muy buenas sobre él. Y, más aún, puedes aprender más sobre este pensador en nuestro Curso de Filosofía Medieval, disponible en la plataforma de fyccel.

Saludos a mis tres lectores.

Alejandro Lucero