Módulo 2. Entre números y unidad: pitagóricos y eleatas en la filosofía

Sección 3. El descubrimiento del Ser: Jenófanes y Parménides

Jenófanes era oriundo de Colofón, en el Asia Menor. A los 25 años huyó de su patria para escapar del dominio persa, y tras andar buscando un lugar donde residir, terminó en Elea.​

No fue un pensador original, pero sí un predicador entusiasta de la doctrina de lo “indeterminado”, que Anaximandro había identificado con lo divino.​ Jenófanes exponía su doctrina en poemas compuestos por él mismo, se ganaba así la vida y llegó a vivir muchos años.

Tradicionalmente se ha considerado a Jenófanes como el fundador de la Escuela de Elea pero fundándose en interpretaciones incorrectas de algunos testimonios antiguos.​

Por el contrario, él mismo nos dice que era un giróvago, sin morada fija, a los 92 años. Además, su problemática es de carácter teológico y cosmológico, mientras que los eleatas, como se verá, iniciaron la problemática ontológica. Por lo tanto, justamente hoy, se considera a Jenófanes un pensador independiente, con algunas afinidades muy generales con los eleatas, pero no unido a la fundación de la Escuela de Elea.

 

Crítica a la concepción griega de los dioses


El tema central de los poemas de Jenófanes está constituido por la crítica a la concepción de los dioses que Homero y Hesíodo habían fijado de manera ejemplar en la religión pública y del hombre griego en general.​

Jenófanes detectó el error de fondo detrás de estas concepciones de lo divino: el antropomorfismo, esto es, el atribuir a los dioses las características psicológicas y las pasiones que son propias de los hombres, solo que potenciadas cuantitativamente.

Jenófanes combate el antropomorfismo de las divinidades griegas: "Si los bueyes, los caballos y los leones tuvieran manos, y con ellas pudiesen pintar y hacer figuras como los hombres, entonces los caballos dibujarían imágenes de los dioses semejantes a caballos, y los bueyes semejantes a bueyes, y formarían cuerpos parecidos a los que tienen cada uno de ellos“.​

Para Jenófanes, todo esto es indigno de Dios: hemos de imaginar a Dios con más pureza y grandeza, como algo que no es semejante a los hombres ni por su forma externa ni por sus pensamientos.

De un golpe, Jenófanes pone en tela de juicio la credibilidad de los dioses tradicionales y de los grandes poetas, en quienes tradicionalmente se habían formado espiritualmente los griegos: son declarados como proclamadores de mentiras.​

Aquí podemos ver uno de los efectos de la filosofía, como desmitificadora, capaz de romper con creencias populares, incluso las más firmes. Y no solo eso, sino que revoluciona el modo de ver a Dios. ​

Permanece siempre en el mismo sitio, sin moverse para nada, pues tampoco conviene con Él el andarse moviendo de un lado a otro.

 

Dios es Uno e inmóvil


Aristóteles nos dice, en su Metafísica, que ]enófanes, refiriéndose al mundo entero, sostuvo que el Uno era Dios.​

Cuando los hombres se hallan en dificultades sobre los montes, en el agua, en la ciudad o en el campo, y ruegan a los dioses, ¿tendrán éstos que correr a toda prisa tras ellos, como creía aún Homero? ​

No, eso sería indigno de Dios. Dios permanece siempre en el mismo lugar, sin moverse, pues no dice con su dignidad andar de acá para allá.

Dios no se mueve, ni necesita tampoco enviar, como los reyes, servidores suyos. Él es todo ojos, todo oídos, todo pensamiento, y, por la fuerza de su inteligencia, lo mueve todo sin fatiga. Aquí se anuncia ya de antemano el motor inmóvil de Aristóteles.

 

La verdadera formación es la sabiduría


Por esta profunda visión llega Jenófanes a un nuevo ideal de formación que difería fuertemente del de los griegos de su tiempo.​ ¿Qué se ha logrado ya con las victorias en la carrera, en el pugilato, en las cuadrigas o en el pancracio? ¿Se ordena por ellas mejor el Estado? ¿Se llenan así los depósitos de víveres? ​No, mejor que la fuerza corporal de hombres y caballos, es nuestra sabiduría.​ Ataca denodadamente el lujo, sin prohibir, como los pitagóricos, el uso del vino y demás placeres honestos de la vida. Su ideal es la moderación.

 

Parménides, el metafísico (VI-V a.C.)


El auténtico fundador de la escuela eleática fue Parménides, ciudadano de Elea. Se dice que fue introducido a la filosofía por un pitagórico, pero después abandonó esa filosofía y sustentó su propia filosofía.​

Parménides escribió en verso, y la mayoría de los fragmentos que poseemos de su obra fueron conservados por Simplicio en su comentario.​ Resumiendo su doctrina, podemos decir que el Ser, el Uno, es, y el devenir, el cambio, no pasa de ser mera ilusión.

 

El poema Sobre la naturaleza


En él Parménides describe cómo marchó, en un carro, más allá de la órbita del sol y de las fronteras del día y de la noche, y allí fue instruido por la diosa Dike sobre la verdad del ser y el engaño de la apariencia.​ Es claro que la obra se dirige conscientemente contra Heráclito, para quien el devenir era el ser mismo.​

Esta diosa le indica dos vías para acercarse al ser: ​

La vía de la verdad y la vía de la apariencia.

 

La vía de la verdad


Esta vía nos conduce a tres intuiciones:​

 

a. Solo el ser es, el no ser (la nada) no es.​

b. Hay un solo ser​.

c. El ser es inmutable.

 

a. Solo el ser es, el no ser (la nada) no es.


Que el ser es, es tan evidente que no necesita demostrarse. ​

No es posible pensar que el ser no sea, pues “lo mismo es pensar que ser”. Sin duda, en todo pensamiento descubrimos una cosa.​

¿Cómo podríamos hacerlo, si la cosa no fuera ser?​

Con muy mal humor se dirige Parménides contra los “cabezones imbéciles” que quisieran atribuir también ser a la nada.​

La nada no es y no puede siquiera ser pensada.

 

b. Hay un solo ser


¿Cómo podrían, en efecto, distinguirse entre sí todas las cosas? ¿Por el ser? No, pues precisamente en él coinciden. ¿Por la nada? Mucho menos, pues la nada no es, y no puede, por consiguiente, separar las cosas.​

Entonces, solo hay un ser: único, indivisible, igual y eterno, que tiene la forma de una esfera. “Igualmente equilibrado desde el centro en todas direcciones: que no puede ser mayor ni menor en un sitio que en otro? Los eleatas consideraron al ser como material.

 

c. El ser es inmutable


Parménides rechaza con energía, todo devenir y desaparecer. ¿De qué podría provenir algo? ¿Del ser? No, pues lo que es no necesita hacerse. ¿De la nada? No, pues de la nada, nada sale.​

Tampoco se da el movimiento, pues este exigiría un espacio vacío, y tal espacio es nada, y por tanto, no existe en absoluto.​

A Parménides le parecía imposible que un ser se disolviera simplemente en la nada o que de la nada surgiera súbitamente el ser.

 

La vía de la apariencia


En la segunda parte de su poema, Parménides contrapone el mundo de la apariencia. Si se le atribuye un ser al no-ser, se llega a lo oscuro, del cual, junto con la luz del ser, se construyen las cosas del mundo apariencial o fenoménico. El conocimiento es tanto más verdadero cuanto más predomine en él la luz del ser.

La verdadera realidad primera, pues, para Parménides, no es el agua, ni el aire, ni el fuego, ni el número, sino el Ser. ​

Parménides solo confió en la intuición de su inteligencia, negando la fuerza de la experiencia, llegando a consolidarse como el gran metafísico.

Introducción a la Filosofía

Módulo 1. Del mito a la razón: filósofos jónicos y el enigma de Heráclito

Módulo 2. Entre números y unidad: pitagóricos y eleatas en la filosofía

Módulo 3. Perspectivas pluralistas: Empédocles, Anaxágoras y la filosofía de los atomistas

Módulo 4. Sofistas y Sócrates: entre la retórica y la búsqueda de verdad

Módulo 5. Platón

Módulo 6. Aristóteles

Módulo 7. Sabiduría antigua: filosofía del período helenístico-romano