Módulo 4. Sofistas y Sócrates: entre la retórica y la búsqueda de verdad
Sección 3. Sócrates: vida y la noción del concepto universal
Vida de Sócrates
Sócrates murió en 399 a. C., y como Platón nos dice que tenía entonces su maestro 70 años o alguno más, debió de nacer por el 470 a.C. Sus padres fueron Sofronisco y Fenaretes, de la tribu antióquida y del demo de Alópeke. Se ha dicho que su padre se dedicaba a labrar piedra. Sócrates tuvo que pertenecer a una familia no muy pobre, pues luego le encontramos sirviendo en el ejército en calidad de hoplita, armado de pies a cabeza, y para poder prestar tal servicio hubo de heredar, sin duda, un patrimonio suficiente.
A Fenaretes, su madre, se le describe en el Teeteto como comadrona, pero, aunque fuese, no quiere esto decir, seguramente, que fuera una obstetriz o partera profesional en el sentido moderno.
Los primeros años de la vida de Sócrates coincidieron, pues, con los del florecimiento de Atenas en todo su esplendor. Los persas habían sido derrotados en Platea (479) y Esquilo había dado al público Los persas (472); Sófocles y Eurípides eran todavía adolescentes. Atenas había puesto ya los fundamentos de su imperio marítimo.
En el Banquete de Platón, describe Alcibíades a Sócrates como algo parecido a un sátiro, y Aristófanes decía de él que se pavoneaba como una gallineta, y ridiculizaba su costumbre de girar los ojos en todas direcciones.
Pero sabemos que poseía también una robustez notable y una gran capacidad de resistencia. Llevaba virilmente el mismo vestido tanto en invierno como en verano, y persistió en su costumbre de caminar con los pies desnudos durante una campaña invernal. Aunque era muy sobrio, podía beber mucho sin llegar a sentirse mal.
Desde joven venía recibiendo mensajes prohibitorios o advertencias de una misteriosa voz, señal o daimon. En el Banquete se nos refieren sus prolongadas distracciones, una de las cuales duró todo un día con su noche —y esto en plena campaña militar—.
Cuando Sócrates andaba por sus veinte años, las corrientes del pensamiento tendían, según hemos visto, a desviarse de las especulaciones cosmológicas de los jonios y se orientaban hacia el hombre mismo, pero parece cierto que Sócrates comenzó estudiando las teorías cosmológicas orientales y occidentales en las filosofías de Arquelao, de Diógenes de Apolonia, de Empédocles y de otros. Afirma Teofrasto que Sócrates fue miembro de la escuela de Arquelao, el sucesor de Anaxágoras en Atenas.
En todo caso, a Sócrates le decepcionó ciertamente Anaxágoras. Confundido ante el desacuerdo entre las diferentes teorías filosóficas, Sócrates recibió de pronto una gran luz al leer el pasaje en el que Anaxágoras hablaba de la Inteligencia como causa de la ley y del orden naturales.
Entusiasmado con aquel texto, Sócrates empezó a estudiar a Anaxágoras, esperando que éste le explicara cómo opera la Inteligencia, el Espíritu en el universo ordenando todas las cosas para lo mejor. Lo que de hecho halló fue que Anaxágoras introducía aquella Mente tan sólo con miras a proporcionar un punto de partida al movimiento en torbellino.
Este desengaño decidió a Sócrates a seguir sus propios caminos indagatorios: abandonó el estudio de la filosofía natural, que al parecer no conducía a ninguna parte, como no fuese a la confusión entre las opiniones contradictorias.
La conversión
de Sócrates, que produjo su cambio definitivo haciendo de él el irónico filósofo moral, fue debida, por lo que parece, al famoso incidente del oráculo de Delfos. Querefonte, amigo y admirador de Sócrates, preguntó al oráculo si había algún hombre vivo que fuese más sabio que Sócrates, y recibió la respuesta de que **No
**.
Esto le hizo a Sócrates pensar, y sacó la conclusión de que el dios quería dar a entender que él era el hombre más sabio porque él, Sócrates, reconocía su propia ignorancia.
Concibió entonces que su misión consistía en buscar la verdad segura y cierta, la verdadera sabiduría, y en aceptar la ayuda de todo hombre que consintiese en escucharle. Por extraña que resulte esta historia del oráculo, es muy probable que sucediera en realidad, pues no parece verosímil que Platón ponga una pura fantasía en boca de Sócrates precisamente en un diálogo cuyo propósito es exponer el aspecto histórico del juicio a que se sometió al filósofo, y no hay que olvidar que la Apología es de fecha temprana y que, cuando se escribió, vivían aún muchos que conocían los hechos.
El problema de Sócrates
El problema socrático es el de fijar con exactitud cuáles fueron sus enseñanzas filosóficas. Las características de las fuentes de que disponemos hacen que este problema sea difícil —obras socráticas de Jenofonte, diálogos de Platón, varias afirmaciones de Aristóteles, las Nubes de Aristófanes—.
El concepto universal o la definición
Dice Aristóteles que a Sócrates pueden atribuírsele con justicia dos adelantos científicos: por su empleo de los razonamientos inductivos y de la definición universal
(Aristóteles, Metafísica, 1078b). Esta última observación ha de entenderse relacionándola con el aserto de que Sócrates no hizo existir aparte los universales o las definiciones; en cambio, su sucesor (Platón) les dio una existencia separada y a esta especie de cosas es a lo que llamaron Ideas
.
Así pues, Sócrates se ocupó de las definiciones universales, o sea, de la posibilidad de llegar a unos conceptos precisos, fijos. Los sofistas proponían doctrinas relativistas, rechazando las doctrinas necesaria y universalmente válidas. Pero a Sócrates le llamó la atención el hecho de que el concepto universal siga siendo siempre el mismo: los ejemplos concretos pueden variar, mas la definición se mantiene invariable.
Aclarémoslo mediante un caso particular: según Aristóteles, al hombre se le define como animal racional
; ahora bien, cada hombre posee distintas dotes: unos tienen mucho talento, otros no; unos guían su conducta por la razón, otros se entregan atolondradamente a los instintos y a los impulsos de las pasiones; hay hombres que no gozan del libre uso de su razón, ya sea por estar dormidos, ya porque son mentalmente deficientes
.
Pero todos los animales dotados de razón —tanto si la emplean de hecho como si no la emplean, lo mismo si pueden usar de ella libremente que si algún defecto orgánico les estorba tal uso— son hombres: la definición del hombre se cumple en ellos.
Pongamos otro ejemplo: los matemáticos hablan de la línea, del círculo, etcétera, y los definen. Ahora bien, entre los objetos de nuestra experiencia no se hallará nunca ni la línea perfecta ni el círculo perfecto: sólo, a lo sumo, meras aproximaciones a la línea o al círculo de la definición. Se da, por tanto, un contraste entre los objetos imperfectos y mudables de nuestra experiencia cotidiana, de un lado, y, del otro, el concepto universal o la, definición de esos objetos.
Compréndese, pues, fácilmente, qué es lo que le llevó a Sócrates a considerar tan importantes las definiciones universales: interesado sobre todo por la conducta ética, vio que la definición es como una sólida roca que sirve de asidero a los hombres en medio del proceloso mar de las doctrinas relativistas de los sofistas. Para una ética relativista, la justicia, por ejemplo, varía de una ciudad a otra, de una comunidad a otra comunidad: nunca se puede decir que la justicia sea esto o aquello, ni que determinada definición suya valga para todos los Estados, sino solamente que la justicia en Atenas es esto y en Tracia esto otro.
En cambio, si logramos de una vez para siempre una definición universal de la justicia, que exprese su íntima naturaleza y sea válida para todos los hombres, entonces contaremos con algo seguro sobre lo cual construir, y podremos juzgar no sólo las acciones individuales, sino también los códigos morales de los distintos Estados, en la medida en que tales códigos encarnen la definición universal de la justicia o, por el contrario, se aparten de ella.
Introducción a la Filosofía
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Módulo 4. Sofistas y Sócrates: entre la retórica y la búsqueda de verdad
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Módulo 7. Sabiduría antigua: filosofía del período helenístico-romano