Módulo 5. Platón
Sección 2. Epistemología y las ideas en Platón
El verdadero conocimiento
Sócrates, interesado como los sofistas por la conducta práctica, se rehusaba a admitir la idea de que la verdad sea relativa, de que no haya ninguna norma fija ni ningún objeto estable del conocimiento. Tenía la convicción de que la conducta ética se ha de basar en el conocimiento y, asimismo, la de que este conocimiento que sirva de base a la acción debe ser un conocimiento de valores eternos, no sujetos a variables y cambiantes impresiones de los sentidos o de la opinión subjetiva, sino idénticos para todos los hombres y para todos los pueblos y todas las edades.
Platón heredó de su maestro esta convicción de que es posible el conocimiento, entendiendo por tal un conocimiento objetivo y universalmente válido; pero quiso demostrarlo teóricamente, y así se metió de lleno y con profundidad en los problemas del conocimiento, preguntándose por su naturaleza y objeto.
Platón ha dado por supuesto desde el comienzo que el conocimiento es algo que se puede alcanzar y que debe ser:
1. Infalible y
2. acerca de lo real.
El verdadero conocimiento ha de poseer a la vez ambas características, y todo estado de la mente que no pueda reivindicar su derecho a ambas es imposible que sea verdadero conocimiento.
En el Teeteto, demuestra que ni la percepción sensible, ni la creencia verdadero poseen a la vez esas dos señales; por lo cual, ni la una ni la otra pueden ser equiparadas con el conocimiento.
Platón acepta de Protágoras la creencia en la relatividad de los sentidos y de la percepción sensible, pero no admite un relativismo universal: al contrario, el verdadero conocimiento, absoluto e infalible, es alcanzable, pero no puede ser lo mismo que la percepción sensible, que es relativa, ilusoria, y está sujeta al influjo de toda clase de influencias momentáneas tanto de la parte del sujeto como la del objeto.
Platón acepta también, de Heráclito, la opinión de que los objetos de la percepción sensible, objetos particulares, individuales y sensibles, están siempre cambiando, en perpetuo fluir y, por ello, no pueden ser objetos del verdadero conocimiento.
El objeto del verdadero conocimiento ha de ser estable y permanente, fijo, susceptible de definición clara y científica, cual es la del universal, según lo comprendió Sócrates.
Niveles o grados de conocimiento
Los grados o niveles del conocer según los objetos, está expuesto en el famoso pasaje de la República en el que se nos ofrece el “símil de la Línea” (Libro VI).
El desarrollo de la mente humana a lo largo de su camino desde la ignorancia hasta el conocimiento, atraviesa dos campos principales: el de la δοξα (doxa = opinión) y el de la επιστὲμη (epistéme = conocimiento). Solo este último puede recibir propiamente el nombre de saber.
¿Cómo se diferencian estas funciones de la mente? La opinión versa sobre “imágenes”, mientras que el conocimiento versa sobre los originales o arquetipos.
Si se pregunta a alguien qué es la justicia, y él indica imperfectas encarnaciones de la justicia, ejemplos particulares que no alcanzan a la Idea universal, como por ejemplo, la acción de un hombre particular, una Constitución o un conjunto de leyes particulares, entonces el estado mental de ese hombre al que interrogamos es un estado de opinión: ve las imágenes o copias de la Justicia ideal y las toma por el original. En cambio, si un hombre posee una noción de la Justicia en sí misma, si es capaz de elevarse por encima de las imágenes hasta la Idea, hasta el Universal, en comparación con el cual deben ser juzgados todos los ejemplos particulares, entonces el estado de su mente es un estado de conocimiento.
La alegoría de la caverna
Platón ilustró su doctrina epistemológica con la célebre alegoría de la Caverna, en el libro VII de la República.
Pide Platón que nos imaginemos una caverna subterránea que tiene una abertura por la que penetra la luz. En esta caverna viven unos seres humanos, con las piernas y los cuellos sujetos por cadenas desde la infancia, de tal modo que ven el muro del fondo de la gruta y nunca han visto la luz del sol.
Por encima de ellos y a sus espaldas, o sea, entre los prisioneros y la boca de la caverna, hay una hoguera, y entre ellos y el fuego cruz un camino algo elevado y hay un muro bajo, que hace de pantalla.
Por el camino elevado pasan hombres llevando estatuas, representaciones de animales y otros objetos, de manera que estas cosas que llevan aparecen por encima del borde de la paredilla o pantalla. Los prisioneros, de cara al fondo de la cueva, no pueden verse ellos entre sí ni tampoco pueden ver los objetos que a sus espaldas son transportados: solo ven las sombras de ellos mismos y las de esos objetos, sombras que aparecen reflejadas en la pared a la que miran: únicamente ven sombras.
Estos prisioneros representan a la mayoría de la humanidad, a la muchedumbre de personas que permanecen toda su vida en un estado de eikasía (imaginación), viendo solo sombras de la realidad y oyendo únicamente ecos de la verdad. Su opinión sobre el mundo es de lo más inadecuada, pues está deformada por sus “propias pasiones y sus prejuicios, y por los prejuicios y pasiones de los demás, que les son transmitidos por el lenguaje y la retórica”. Y aunque no se hallan en mejor situación que la de los niños, se aferran a sus deformadas opiniones con toda la tenacidad de los adultos y no tienen ningún deseo de escapar de su prisión.
Es más, si de repente se les libertase y se les dijese que contemplaran las realidades de aquello cuyas sombras habían visto anteriormente, quedarían cegados por el fulgor de la luz y se figurarían que las sombras eran mucho más reales que las realidades.
Sin embargo, si uno de los prisioneros logra escapar y se acostumbra poco a poco a la luz, después de un tiempo será capaz de mirar lo objetos concretos y sensibles, de los que antes solo había visto las sombras.
Este hombre contempla a sus compañeros al resplandor del fuego (que representa al sol visible) y se halla en un estado de pistis (creencia), habiéndose “convertido” desde el mundo de sombras de las imágenes, que era el de los prejuicios, las pasiones y los falsos razonamientos.
Ve a los prisioneros tales como son, es decir, como a prisioneros encadenados por las pasiones y los sofismas. Por otro lado, si persevera y sale de la cueva a la luz del sol, verá el mundo de los objetos claros e iluminados por el sol (que representan las realidades inteligibles), y, finalmente, aunque solo mediante un esfuerzo, se capacitará para ver el sol mismo, que representa la Idea del Bien, la Forma más alta, “la Causa universal de todas las cosas buenas y bellas… la fuente de la verdad y de la razón”. Entonces se hallará en estado de nóesis (intuición).
Observa Platón que si alguien, después de haber subido a la luz del sol, vuelve al interior de la caverna, será incapaz de ver bien, a causa de la oscuridad, y con ello se hará “ridículo”; mientras que si tratase de liberar a algún otro y de guiarle hacia la luz, los prisioneros, que aman la oscuridad y consideran que las sombras son la verdadera realidad, darían muerte a tal importuno si pudiesen agarrarlo. Es ésta, sin duda, una alusión a la muerte de Sócrates, que trató de iluminar a todos los que quisieron oírle y procuró hacerles comprender la verdad y la razón, en vez de dejar que quedasen sumidos en las sombras de los prejuicios y los sofismas.
Esta alegoría pone en claro que la “ascensión” de la línea era considerada por Platón como un progreso, aunque tal progreso no es continuo y automático: requiere esfuerzo y disciplina mental.
De ahí su insistencia en la gran importancia de la educación, por medio de la cual sea conducido gradualmente el joven a la contemplación de las verdades y los valores eternos y absolutos y, de este modo, se libre a la juventud de pasar la vida en el sombrío mundo del error, la falsedad, el prejuicio, la persuasión sofística, la ceguera para los verdaderos valores, etc.
Tal educación es de primordial importancia para quienes han de ser hombres de Estado. Los políticos y los gobernantes serán ciegos guiando a otros ciegos si se quedan en el plano de la eikasía (imágenes) o en el de la pistis (creencia), y el naufragio de la nave estatal es algo mucho más terrible que el de una nave cualquiera.
Así, el interés que pone Platón en el ascenso del conocimiento no es un interés meramente académico: le interesaba la conducta de vida, la tendencia del alma y el bien del Estado.
El hombre que no realiza el verdadero bien del hombre no vive ni puede vivir una vida verdaderamente humana y buena, y el político que no realiza el verdadero bien del Estado, que no ve la vida política a la luz de los principios eternos, lleva a su pueblo a la ruina.
Ahora veamos la naturaleza ontológica de las ideas y cómo se relacionan con el conocimiento.
La doctrina de las ideas
Ya vimos hace unos momentos que a los ojos de Platón, el objeto del verdadero conocimiento debe ser estable, permanente, objeto de la inteligencia y no de los sentidos, y que estas exigencias las cumple el universal, en la medida en que tiene qué ver con el más alto grado de conocimiento, el de la nóesis (intuición).
En la República se da por supuesto que toda pluralidad de individuos que poseen un nombre común tiene también su correspondiente Idea o Forma. Esta Forma es el universal, la naturaleza o cualidad común que se aprehende en el concepto, por ejemplo, la belleza. Hay muchas cosas bellas, pero formamos un único concepto universal de la belleza misma: y Platón afirmaba que estos conceptos universales no son meramente subjetivos, sino que en ellos aprehendemos esencias objetivas.
De buenas a primeras, semejante afirmación parecerá una simpleza, pero hay que recordar que para Platón, lo que capta la realidad es el pensamiento, de modo que los objetos del pensar (en cuanto opuestos a los de la percepción sensible), esto es, los universales, han de tener realidad.
¿Cómo podrían ser captados y constituir el objeto del pensamiento si no fuesen reales? Nosotros los descubrimos: no son simples invenciones nuestras.
A las esencias objetivas Platón les dio el nombre de Ideas o Formas, términos que son de uso equivalente.
Mas no hay que confundirnos con el empleo del término Idea. En el lenguaje común, “idea” significa un concepto subjetivo de la mente, como cuando decimos: “Esto es solo una idea y no tiene nada de real”. En cambio, cuando Platón habla de las Ideas o Formas, se refiere a los contenidos objetivos de nuestros conceptos universales, a sus referencias a la realidad.
En nuestros conceptos universales aprehendemos las esencias objetivas, y a estas esencias objetivas es a las que Platón aplicaba el término de “Ideas”.
Ahora bien, estas esencias objetivas, ¿tienen para Platón una existencia trascendente, aparte de las cosas particulares? En caso de que sí, ¿cómo se relacionan con los objetos concretos y particulares de este mundo? ¿Duplica Platón el mundo de la experiencia sensible, postulando un mundo trascendente, de inmateriales e invisibles esencias? Y de hacerlo así, ¿cuál es la relación que hay entre este mundo de ideas y Dios?
Según Platón, los objetos que aprehendemos en los conceptos universales, los objetos sobre los que versa la ciencia, son Ideas objetivas, que existen en un mundo trascendente que les es propio –en algún lugar “fuera de este mundo nuestro”- aparte de las cosas sensibles.
Las cosas sensibles son copias o participaciones de esas realidades universales, pero éstas subsisten un cielo inmoble que les es propio, mientras que las cosas sensibles están sujetas al cambio: en efecto, cambian, devienen sin cesar, y nunca puede decirse de ellas verdaderamente que son. Las Ideas existen en su cielo, aisladas unas de otras y separadas también de la mente de cualquier pensador.
Presentada de esta manera la teoría de Platón, podemos decir que las ideas o bien existen (en cuyo caso se duplica sin justificación el mundo real de nuestra experiencia), o bien no existen, pero poseen de algún modo, una realidad esencial e independiente.
La manera como habla Platón de las Ideas da a entender claramente que, para él, existen en una esfera aparte. Así, en el Fedón, enseña que el alma existía ya, antes de su unión con el cuerpo, en un reino trascendente donde contempló las Ideas. El proceso del conocimiento, o la obtención del saber, consiste esencialmente en recordar: en la reminiscencia de las ideas que el alma contemplara en otro tiempo, en aquel estado suyo de pre-existencia.
Aristóteles afirma, en la Metafísica, que Platón “separó” las Ideas, mientras que Sócrates no lo había hecho. Al criticar la teoría de las Ideas, da siempre por supuesto que, según los platónicos, las Ideas existen aparte de las cosas sensibles. Las Ideas constituyen la realidad o “sustancia” de las cosas: “¿cómo, pues (pregunta Aristóteles) siendo las Ideas la sustancia de las cosas, podrán existir aparte de las cosas mismas?”.
En el Timeo, Platón enseña claramente que Dios, o el “Demiurgo”, configura las cosas de este mundo atendiéndose al modelo de las Ideas. Esto implicar que las Ideas existen aparte, no solo de las cosas sensibles qué según ellas son modeladas, sino también de Dios, que las toma por modelos. Se hallan, pues, colgando del aire, por decirlo de una manera.
Jerarquía de las ideas
Platón admitió primeramente solo ideas éticas: lo bueno, lo justo, lo piadoso, etc. Luego añadió también ideas matemáticas: igualdad, unidad, lo par, lo impar, etc. Pero finalmente se vio obligado a atribuir ideas a las cosas todas de la naturaleza y hasta de arte, pues nada puede existir si no es por “participación” de una idea. Por eso ha de haber ideas de los pelos, de la suciedad, de los piojos, etc.
Ahora bien, como unas ideas son por su fuerza y alcance superiores a otras, en la pirámide de todas las ideas tenemos a la idea del Bien.
El Bien es el sol que hace visibles todas las otras ideas. El Bien es la plenitud del ser. Por eso todo ser es bueno. Platón tiene ojos abiertos para la realidad del mal en el mundo; sabe que, si el justo viniera a este mundo, se lo encadenaría, le sacarían los ojos y le crucificarían. Sin embargo, en este sistema no hay lugar para el mal, que es un no-ser.
El orden de las ideas en la pirámide no es solo una ordenación lógica de géneros y especies, sino una ordenación ontológica que se condicionan mutuamente. En el mito de la caverna se muestra cómo los prisioneros consideran primeramente las imágenes de las sombras sobre la pared como la realidad misma, luego ven las cosas del mundo externo que proyectan las sombras, y finalmente reconocen que también estas cosas son sombras de las ideas. Primeramente tomaron las imágenes de las imágenes por la realidad misma, luego las imágenes, hasta que vieron en las ideas la verdadera realidad.
Introducción a la Filosofía
Módulo 1. Del mito a la razón: filósofos jónicos y el enigma de Heráclito
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- Sección 4. El pensamiento de Heráclito, El Oscuro
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Módulo 2. Entre números y unidad: pitagóricos y eleatas en la filosofía
- Sección 1. Los pitagóricos: el número como principio
- Sección 2. Cosmología y antropología de los pitagóricos
- Sección 3. El descubrimiento del Ser: Jenófanes y Parménides
- Sección 4. Zenón, el dialéctico y Meliso y la sistematización del eleatismo.
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Módulo 3. Perspectivas pluralistas: Empédocles, Anaxágoras y la filosofía de los atomistas
- Sección 1. Empédocles y Anaxágoras: los cuatro elementos y el nous
- Sección 2. Leucipo y Demócrito: los atomistas
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Módulo 4. Sofistas y Sócrates: entre la retórica y la búsqueda de verdad
- Sección 1. Los sofistas como maestros itinerantes
- Sección 2. Relativismo y nihilismo: Protágoras, Gorgias y otros sofistas
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- Sección 4. Razonamientos inductivos, la mayéutica y el intelectualismo ético
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Módulo 5. Platón
- Sección 1. Vida y obras de Platón
- Sección 2. Epistemología y las ideas en Platón
- Sección 3. Dios, mundo y la concepción platónica del hombre
- Sección 4. Ética, política y arte en Platón
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Módulo 6. Aristóteles
- Sección 1. Vida y obras de Aristóteles
- Sección 2. Lógica aristotélica
- Sección 3. Metafísica aristotélica
- Sección 4. Psicología, ética y política
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Módulo 7. Sabiduría antigua: filosofía del período helenístico-romano