Módulo 7. Sabiduría antigua: filosofía del período helenístico-romano
Sección 1. Encuadre histórico y los cínicos
El período helenístico-romano
Con el reinado de Alejandro Magno se terminó, en realidad, la época de la Ciudad-estado griega, libre e independiente. A partir de la muerte de Alejandro (en 323 a.C.), debe hablarse, más que de civilización helénica, de civilización “helenística”. Para Alejandro mismo, la distinción neta entre griegos y “bárbaros” era artificiosa y falsa: él pensaba según el concepto de Imperio, no en el de Ciudad. Y el resultado fue que, a la vez que el Oriente se abría al influjo del Occidente, la cultura griega no pudo menos de ser influida también por el nuevo estado de cosas. Atenas, Esparta, Corinto, etc., no fueron ya entidades libres e independientes, unidas por un sentimiento común de superioridad cultura en comparación con la oscura barbarie que en torno a ellas imperaba: se vieron sumergidas en un todo más vasto, y no estaba lejos el día en que Grecia entera se convirtiese en mera provincia del Imperio romano.
Platón y Aristóteles habían sido hombres de la Ciudad griega y, para ellos, era inconcebible el individuo aparte de la Ciudad y de la vida ciudadana: en esta era donde el individuo lograba alcanzar su fin, donde vivía la vida conveniente al ser humano. Pero, cuando la ciudad libre quedó englobada en un conjunto cosmopolita más grande, ocurrió, como no podía menos de ocurrir, que pasó al primer plano de atención no solo el cosmopolitismo con su ideal de ciudadanía universal, tal como se encuentra en el pensamiento de los estoicos, sino también el más extremado individualismo.
Era de esperar, pues, que en una sociedad cosmopolita la filosofía centrara su interés sobre el individuo, procurando satisfacer a su demanda de alguna guía que le orientase en el vivir, puesto que, en adelante, tendría que vivir dentro de una gran sociedad y no ya en el seno familiar de una Ciudad relativamente pequeña.
Nada tiene de extraño, por tanto, que la filosofía tomase una orientación predominantemente ética y práctica, como lo hizo en el estoicismo y en el epicureísmo.
Las especulaciones físicas y metafísicas tenderán a relegarse a un segundo plano: no interesan ya por sí mismas, sino solo en cuanto proporcionan base y preparación para la ética. Esta concentración en las cuestiones morales ayuda a comprender por qué las nuevas escuelas tomaron prestadas sus nociones metafísicas a otros pensadores, sin intentar elaborarlas por su cuenta. De hecho, hacia donde se volvieron en demanda de tales nociones fue hacia los presocráticos: el estoicismo recurrió a la física de Heráclito, y el epicureísmo al atomismo de Demócrito.
Este interés ético-práctico se manifiesta sobre todo en el desarrollo de las escuelas postaristotélicas durante la época romana, porque, a diferencia de los griegos, los romanos no eran pensadores especulativos y metafísicos, sino, principalmente, hombres prácticos. Los antiguos romanos habían insistido más que en ninguna otra cosa en el carácter, y en el Imperio, cuando ya los viejos ideales y las tradiciones de la República se habían echado en olvido, la tarea del filósofo consistió precisamente en proporcionar al individuo un código de la conducta que le capacitase para conducir su navecilla por el océano de la vida, manteniendo una coherencia entre los principios y la acción, a base de cierta independencia espiritual y moral. De aquí el fenómenos de que los filósofos fuesen una especie de directores espirituales que cumplían un cometido en cierta manera análogo al del director de conciencia como se entiende en el mundo cristiano o como los psicoterapeutas en la actualidad.
Esta concentración en lo práctico, y el hecho de que la filosofía tomara a su cargo el proporcionar modelos de vida condujeron naturalmente a que se difundiese mucho la filosofía entre las clases cultas del mundo helenístico-romano y también a que se originase una especie de filosofía popular. La filosofía se convirtió cada vez más durante la época romana en una parte del ciclo educativo ordinario, y así fue como la filosofía llegó a ser rival del Cristianismo, cuando la nueva religión comenzaba a enseñorearse del Imperio. La filosofía brindaba, en alguna proporción, un medio para satisfacer las necesidades y las aspiraciones religiosas del hombre.
La incredulidad respecto a la mitología popular era común, y allí donde reinaba esta incredulidad –entre las clases cultas- quienes no se satisfacían viviendo del todo sin religión tenían, o bien que afiliarse a alguno de los numerosos cultos que desde el Oriente se habían ido introduciendo en el Imperio, y que al fin y al cabo estaban mejor ideados para satisfacer las aspiraciones espirituales del hombre que no la religión oficial del Estado con su actitud práctica, o bien tenían que volverse hacia la filosofía. Por eso podemos distinguir elementos religiosos en un sistema tan ético como el estoicismo, y por lo que respecta al neoplatonismo, último fruto de la filosofía antigua, alcanza su punto culminante el sincretismo filosofía-religión.
Fases de la filosofía helenístico-romana
La primera fase se extiende, poco o más o menos, desde finales del siglo IV hasta mediados del siglo I a.C. Este período se caracteriza por la fundación de las filosofías epicúreas y estoicas, que cargan el acento en la conducta y en la consecución de la felicidad personal, volviéndose para asentar sus bases cosmológicas hacia el pensamiento presocrático. Contra estos sistemas se alza el escepticismo de Pirrón y sus seguidores, el cual permeó en las Academias Media y Nueva. La interacción de estas filosofías trajo como resultado un eclecticismo, sobre todo en la escuela peripatética y en la Academia.
El eclecticismo y el escepticismo continúan en el segundo período (del s. I a.C. al III d.C.). Esta etapa se caracteriza por un retorno a la “ortodoxia” filosófica. Interesan mucho los fundadores de las escuelas, sus vidas, sus obras y doctrinas.
El tercer período (mediados del III d.C. a mediados del VI d.C.) es el del neoplatonismo. Este último esfuerzo de la filosofía antigua fue un intento de combinar todos los elementos válidos de las doctrinas filosóficas y religiosas de Oriente y de Occidente en un sistema único que absorbiera prácticamente a todas las escuelas filosóficas. El neoplatonismo influyó enormemente en la especulación cristiana: no tenemos más que pensar en nombres como san Agustín de Hipona o el Pseudo-Dionisio.
El cinismo
El fundador del Cinismo desde el punto de vista de la doctrina fue Antístenes. Pero a Diógenes de Sínope le cupo en suerte llegar a ser el exponente principal y casi el símbolo de este movimiento. Diógenes fue contemporáneo (mayor) de Alejandro. Un testimonio antiguo refiere precisamente que “murió en Corinto en el mismo día que Alejandro moría en Babilonia”.
Diógenes no sólo llevó al extremo las instancias propuestas por Antístenes sino que supo hacerlas sustancia de vida con un rigor y una coherencia tan radicales que por siglos enteros fueron consideradas verdaderamente extraordinarias.
Diógenes rompió con la imagen clásica del hombre griego y la nueva que propuso fue considerada rápidamente como un paradigma.
Expresa completamente el programa de nuestro filósofos la frase “busco un hombre”, que como se nos refiere él pronunciaba con la linterna encendida a pleno día en los lugares más concurridos y que con una evidente ironía provocadora quería significar justamente esto: busco al hombre que viva conforma a su más auténtica esencia, busco al hombre más allá de todas las exterioridades, de todas la convenciones sociales, que más allá del capricho mismo de la suerte y de la fortuna, sepa reencontrar su genuina naturaleza, sepa vivir de acuerdo con ella y así sepa ser feliz.
En este contexto se entienden sus afirmaciones sobre la inutilidad de las matemáticas, la física, de la astronomía, de la música y sobre lo absurdo de las construcciones metafísicas.
El comportamiento, el ejemplo y la acción sustituyen a las mediaciones intelectuales. Con Diógenes, el cinismo llega a ser la más “anticultural” de las filosofías que haya conocido Grecia.
Modo de vida del cínico
En este contexto se entienden sus conclusiones extremas que lo llevaban a proclamar como necesidades verdaderamente esenciales del hombre las necesidades elementares de su animalidad. Teofrasto cuenta que Diógenes “vio una vez un ratón que corría para acá y para allá, sin meta (no buscaba un lugar para dormir ni le tenía miedo a las tinieblas ni deseaba nada de lo que ordinariamente se tiene por deseable) y así caviló sobre el remedo para sus necesidades”. Es, pues, un animal el que le indica al cínico su modo de vivir: vivir sin meta (sin las metas que la sociedad impone como necesarias), sin necesidad de casa ni de morada fija, sin el confort de la comodidad que ofrece el progreso.
Libertad de palabra y de vida
Para Diógenes este modo de vida coincide con la “libertad”. Entre más se eliminen las necesidades, más se es libre. Los cínicos insistieron en la libertad, en todos los sentidos. En la libertad de la palabra (parrhesía) llegaron hasta los límites de la insolencia y la arrogancia, incluso ante los poderosos. En la libertad de acción (anáideia) llegaron hasta la licencia. Aunque en esta anáideia lo que Diógenes pretendía demostrar era la no naturalidad de las costumbres griegas, no siempre conservó la mesura, cayendo en excesos que explican la carga de significado negativo con que ha pasado a la historia el término cínico, carga que aún hoy posee.
Veamos algunos testimonios significativos: “Diógenes acostumbraba a hacer todas las cosas a la luz del día, incluso aquellas que se refieren a Deméter y Afrodita”; “durante un banquete, algunos le tiraron los huesos como si fuese un perro; Diógenes se levantó y orinó sobre ellos, como un perro”; “en una ocasión alguien lo hizo entrar en una casa suntuosa y le prohibió escupir. Entonces Diógenes se aclaró la garganta desde lo más profundo y le escupió en la cara, diciendo que no había podido encontrar otro sitio peor”; “cuando tenía necesidad de dinero, se dirigía a sus amigos diciéndoles que no lo pedía como regalo sino como restitución”.
Diógenes resumía el método que conduce a la libertad y a la virtud en dos nociones esenciales: el ejercicio y la fatiga, que consistían en la práctica de una vida adecuada para acostumbrar el físico y el espíritu a las fatigas impuestas por la naturaleza y, al mismo tiempo, adecuada para habituar al hombre al dominio de los placeres o, más bien, a su desprecio. Este desprecio por los placeres –que ya había predicado Antístenes- resulta esencial para la vida del cínico, puesto que el placer no solo ablanda el cuerpo y el espíritu, sino que pone en peligro la libertad, convirtiendo al hombre en esclavo de las cosas y de los hombres que se encuentran relacionados con los placeres.
Los cínicos también ponían en tela de juicio el matrimonio, al que substituían por una convivencia acordada entre hombre y mujer. Y, naturalmente, se discutía la ciudad: el cínico se proclamaba ciudadano del mundo.
La autarquía
La “autarquía” –esto es, bastarse a sí mismo- junto con la apatía y la indiferencia ante todo constituían los objetivos de la vida cínica. Este episodio, famosísimo y hasta simbólico, define el espíritu del cinismo a la perfección: en cierta ocasión, mientras Diógenes tomaba el sol, se la acercó el gran Alejandro Magno, el hombre más poderoso de la tierra, y le dijo: Pídeme lo que quieras”, a lo que Diógenes respondió: “Quítate, me tapas el sol”. Diógenes no necesitaba para nada el extraordinario poderío de Alejandro. Para estar satisfecho, le bastaba con el sol, que es la cosa más natural, a disposición de todos. Mejor dicho, le bastaba con la profunda convicción de la inutilidad de aquel poderío, dado que la felicidad procede del interior del hombre y no de fuera de él.
Quizá fue Diógenes el primero que adoptó, para autodefinirse, el término “perro”, vanagloriándose de este apodo que los demás le decían con desprecio y explicando que se llamaba perro por lo siguiente: “Meneo alegremente la cola ante quien me da algo, ladro contra el que nada me da, muerdo a los bribones”.
Significado y límites del cinismo
El cinismo respondía a algunas de las exigencias de fondo de la época helenística. Por tal motivo, tuvo un éxito no muy inferior al de las otras grandes filosofías nacidas en esta época.
La denuncia cínica de las grandes ilusiones que sacuden vanamente a los hombres son:
La búsqueda del placer.
El apego a la riqueza.
El ansia de poder.
El deseo de fama, de brillo y de éxito, y el firme convencimiento de que tales ilusiones siempre en todos los casos conducen al hombre a la infelicidad.
La exaltación de la autarquía y de la apatía –entendidas como condiciones esenciales para la sabiduría y, por tanto, la felicidad- se transformará en el hilo conductor del pensamiento helenístico. La menor popularidad del cinismo frente a otras filosofías se debe a
Su extremismo y anarquismo
Su desequilibrio de base
Su objetiva pobreza espiritual
A) El extremismo del cinismo consiste en que no se salva casi nada de su sistemática puesta en discusión de las convenciones y los valores de la tradición, careciendo el cinismo de valores alternativos.
B) El desequilibrio de base del cinismo se debe al hecho de que reduce al hombre a pura animalidad, considerando únicamente la satisfacción de las necesidades animales, como si se tratara de un hombre primitivo.
C) La pobreza espiritual del cinismo constituye un repudio a la ciencia y a la cultura, además de no tener las suficientes herramientas para justificarse filosóficamente, más allá del testimonio de vida de Diógenes.
Introducción a la Filosofía
Módulo 1. Del mito a la razón: filósofos jónicos y el enigma de Heráclito
- Sección 1. Ramas de la filosofía
- Sección 2. Comienzo de la filosofía griega y el paso del mito al λὸγος
- Sección 3. Los jónicos: los primeros filósofos de la naturaleza
- Sección 4. El pensamiento de Heráclito, El Oscuro
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Módulo 2. Entre números y unidad: pitagóricos y eleatas en la filosofía
- Sección 1. Los pitagóricos: el número como principio
- Sección 2. Cosmología y antropología de los pitagóricos
- Sección 3. El descubrimiento del Ser: Jenófanes y Parménides
- Sección 4. Zenón, el dialéctico y Meliso y la sistematización del eleatismo.
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Módulo 3. Perspectivas pluralistas: Empédocles, Anaxágoras y la filosofía de los atomistas
- Sección 1. Empédocles y Anaxágoras: los cuatro elementos y el nous
- Sección 2. Leucipo y Demócrito: los atomistas
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Módulo 4. Sofistas y Sócrates: entre la retórica y la búsqueda de verdad
- Sección 1. Los sofistas como maestros itinerantes
- Sección 2. Relativismo y nihilismo: Protágoras, Gorgias y otros sofistas
- Sección 3. Sócrates: vida y la noción del concepto universal
- Sección 4. Razonamientos inductivos, la mayéutica y el intelectualismo ético
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Módulo 5. Platón
- Sección 1. Vida y obras de Platón
- Sección 2. Epistemología y las ideas en Platón
- Sección 3. Dios, mundo y la concepción platónica del hombre
- Sección 4. Ética, política y arte en Platón
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Módulo 6. Aristóteles
- Sección 1. Vida y obras de Aristóteles
- Sección 2. Lógica aristotélica
- Sección 3. Metafísica aristotélica
- Sección 4. Psicología, ética y política
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Módulo 7. Sabiduría antigua: filosofía del período helenístico-romano