Módulo 4. Sofistas y Sócrates: entre la retórica y la búsqueda de verdad

Sección 4. Razonamientos inductivos, la mayéutica y el intelectualismo ético

Razonamientos inductivos


A Sócrates, dice Aristóteles, se le pueden atribuir con todo derecho los “razonamientos inductivos. Ahora bien, lo mismo que sería erróneo suponer que al ocuparse de las **definiciones universales** Sócrates se cuidó de examinar la naturaleza metafísica del universal sería también un error suponer que, al ocuparse de los **razonamientos inductivos"** le interesaran los correspondientes problemas de lógica. ​

Fue Aristóteles quien, al recordar cómo procedía Sócrates, resumió su método en el plano lógico; pero no ha de entenderse por ello que Sócrates desarrollase explícitamente una teoría de la inducción desde el punto de vista de un lógico.

¿En qué consistía el método práctico de Sócrates? Su forma era la de la dialéctica o conversación. Trababa Sócrates conversación con alguien y procuraba ir sacándole las ideas que tuviese sobre algún tema. Por ejemplo, podía declararse ignorante de qué sea en realidad la valentía, y preguntar a su interlocutor si poseía alguna luz sobre ello. O bien solía orientar la conversación en aquel sentido, y cuando el otro empleaba el término valentía preguntábale Sócrates qué es la valentía, manifestando su propia ignorancia y su deseo de aprender. Su interlocutor había usado el vocablo; por consiguiente, debía de saber lo que significaba.

Cuando le daban en respuesta una definición o una descripción, Sócrates solía mostrarse satisfechísimo, pero por lo común reparaba en que había una o dos pequeñas dificultades que le gustaría ver puestas en claro. Consecuentemente, iba haciendo preguntas, dejando que fuese el otro quien más hablase, pero dirigiendo él mismo el curso de la conversación, de suerte que quedara patente, al fin, lo inadecuado de la propuesta definición de la valentía. El interlocutor volvía entonces sobre sus pasos y proponía una definición nueva o modificaba la ya propuesta, y de este modo avanzaba el proceso, hasta llegar, o no, al éxito final.

Así pues, la dialéctica procedía desde una definición menos adecuada hasta otra más adecuada, o de la consideración de ejemplos particulares a una definición universal. A veces, verdad es, no se llegaba a ningún resultado definido; pero en todo caso la finalidad era la misma: la de lograr una definición universal y válida; y como el razonamiento procedía de lo particular a lo universal, o de lo menos perfecto a lo más, puede decirse que se trataba de un proceso inductivo.

 

La mayéutica


La dialéctica podía convertirse, desde luego, en algo irritante e incluso desconcertante o humillante para aquellos cuya ignorancia se ponía así en evidencia y cuyo engreimiento y presunción quedaban en ridículo —y quizás excitase la fantasía de los jóvenes que se reunían en torno a Sócrates y que veían cómo éste se metía en el saco a personas mayores que ellos—, pero las miras de Sócrates no eran humillar ni desconcertar.

Lo que se proponía era descubrir la verdad, no como materia de pura especulación, sino de tal modo que sirviese para vivir conforme es debido: para obrar bien, es preciso saber qué es lo recto. Su ironía, su profesión de ignorancia, eran sinceras; él, en realidad, no sabía, pero deseaba dar con la verdad, quería conducir a los demás a que reflexionasen por sí mismos y pensasen de veras en la tarea, sumamente importante, de cuidarse de sus almas. ​

Sócrates estaba profundamente convencido del valor del alma, que era para él el sujeto pensante y volente, y vio con claridad lo que importa el saber, la sabiduría verdadera, para prestar al alma la atención que se merece.

¿Cuáles son los verdaderos valores de la vida humana que han de realizarse en la conducta? Sócrates llamaba a su método mayéutica [obstetricia], no sólo por chistosa alusión a su madre, sino para expresar su intención de hacer que los demás diesen a luz en sus mentes ideas verdaderas, con vistas a la acción justa. Siendo esto así, compréndese fácilmente por qué Sócrates daba tanta importancia a la definición. ​

No era un pedante, sino que estaba convencido de que para el recto gobierno de la vida es esencial tener un conocimiento claro de la verdad. Quería promover el nacimiento de ideas verdaderas, en la clara forma de la definición, no con fines especulativos, sino con un fin práctico. De ahí su preocupación por la ética.

 

Intelectualismo ético


El conocimiento se busca como un medio para la acción ética. Esta última aserción merece la pena de que la desarrollemos un poco, puesto que la teoría sobre la relación entre el saber y la virtud es característica de la ética socrática. Según Sócrates, el saber y la virtud se identifican, en el sentido de que el sabio, el que conoce lo recto, actuará también con rectitud. En otras palabras: nadie obra mal a sabiendas y adrede; nadie escoge el mal en cuanto mal. ​

Este “intelectualismo ético" parece hallarse, a primera vista, en flagrante contradicción con los hechos de la vida diaria. ¿No tenemos acaso conciencia nosotros mismos de que muchas veces hacemos deliberadamente cosas que sabemos que están mal, y no vemos actuar de igual modo a otras personas?

Cuando hablamos de alguien reputándole responsable de una mala acción, ¿no pensamos que la ha cometido a sabiendas de que era mala? Si por alguna razón suponemos que ignoraba sin culpa su malicia, no le tenemos por moralmente responsable. En consecuencia, nos inclinamos a estar de acuerdo con Aristóteles cuando critica la identificación del saber con la virtud, basándose en que Sócrates olvidaba las partes irracionales del alma y no atendía suficientemente al hecho de la debilidad moral, por la que el hombre hace a sabiendas lo malo.

Una ética racional debe fundarse en la naturaleza humana y en el bien de esta naturaleza humana en cuanto tal. Así, cuando Hipias reconocía la existencia de “leyes no escritas” (derecho natural), pero exceptuaba de su número las leyes que varían de un Estado a otro Estado, insistiendo en que la prohibición de las relaciones sexuales entre los padres y sus hijos no es una prohibición universal, Sócrates respondía, con razón, que la inferioridad racial que semejantes relaciones darían por resultado justifica la prohibición.

Esto es como apelar a lo que nosotros solemos llamar la ley natural, que es expresión de la naturaleza del hombre y conduce a su desarrollo armonioso. Tal ética, a decir verdad, es insuficiente, puesto que la ley natural no puede adquirir una fuerza moralmente obligatoria, no puede obligar en conciencia -por lo menos en el sentido de nuestra moderna concepción del deber- como no tenga un fundamento metafísico y no se base en una Fuente trascendente, en Dios, cuya voluntad con respecto al hombre sea expresada por esa ley natural; pero, aunque insuficiente, encierra una verdad muy importante y valiosa, una verdad que es esencial para el desarrollo de una filosofía moral racional: los deberes no son simples órdenes carentes de sentido o arbitrarias, sino que se los ha de ver en su relación con la naturaleza humana en cuanto tal; la ley moral expresa el verdadero bien del hombre.

La naturaleza humana es siempre la misma, y, por consiguiente, los valores éticos son constantes, y mérito imperecedero de Sócrates es el haber caído en la cuenta de la constancia de esos valores y haber tratado de fijarlos en definiciones universales que pudiesen tomarse como guías y normas de la conducta humana.

Introducción a la Filosofía

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